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Una enigmática estrella

Hace poco se celebró el Día Internacional del Director de Orquesta en homenaje a Carlos Kleiber, una figura cautivante a todas luces.

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Alrededor del gran director de orquesta austríaco se levantaron diversas hipótesis, que agigantaron la fascinación por el músico. Sus presentaciones en público eran mucho menores en comparación con la avidez de los teatros por contratarlo, la meticulosidad de su ética profesional, su rechazo al cargo de la Orquesta Filarmónica de Berlín tras la muerte del histórico Herbert von Karajan (35 años como director), sus frecuentes conflictos con los calendarios, y su desinterés por la notoriedad expandieron el eco del hombre que fue.

Era hijo de un reconocido director de orquesta, Erich Kleiber (1890-1956); «Un director debe actuar como un león -decía-, hundiendo profundamente sus garras en su presa». Esa idea seguramente condujo su estreno de una de las óperas centrales del siglo XX, Wozzeck, de Alban Berg, estrenada en la Ópera Estatal de Berlín, luego de 34 ensayos, el 14 de diciembre de 1925. «Yo estrenaré esta ópera aunque me cueste el cargo», dijo Kleiber, según recordó el musicólogo José Luis Téllez.

Tras el éxito Wozzeck, Kleiber preparó la ópera Lulú, de Berg, pero la intelectualidad nazi la calificó como una expresión de «arte degenerado». Entonces Kleiber renunció a la Ópera Estatal de Berlín, en 1934, y la familia emigró a Buenos Aires.

En Argentina, Kleiber padre dirigió en el Teatro Colón y Karl, el futuro director, comenzó a ser conocido como Carlos. Nació el 3 de julio de 1930, en Austria, con el nombre de Karl Ludwig Bonifacious Kleiber, y murió el 13 de julio de 2004, en Eslovenia. Por un tiempo, estudió Química para satisfacer el interés de su padre, pero persistió en su deseo de dedicarse a la dirección de orquesta.

Kleiber dió muy pocas entrevistas, por lo que sus declaraciones periodísticas son una suerte de joyas sonoras para admiradores y estudiosos de un temperamento cautivante. Dos trabajos documentales intentar echar luz sobre el músico, son Carlos Kleiber: I am lost to the world, de Georg Wübbolt, y Traces to nowhere, de Eric Schulz.

La búsqueda de una idea de perfección absoluta quedó expresada cuando se tomó tres horas ensayando solamente 80 segundos para su debut en Covent Garden, en 1974, relató Norman Lebrecht, periodista especializado en música clásica.

Tenía un repertorio bastante reducido pero sus versiones de Beethoven, Brahms y Schumann se consideran definitivas, sostuvo el crítico Andrés Amorós.

El violinista español, Ángel Jesús García, describió su experiencia bajo la batuta de Carlos Kleiber en el Festival de Bayreuth, que desde 1876 se realiza en ese lugar de Alemania, fundado por Richard Wagner: «Era un hombre que no decía a los músicos cómo tenían que tocar, ni que tocasen fuerte o más piano… Siempre intentaba explicar su concepción de la pieza que íbamos a interpretar. Kleiber era un soñador que te permitía soñar. Tocar con él era una forma de revivir la música desde dentro, rescatando su impulso creador. No hay que olvidar que los músicos tocamos muchas y repetidas veces las mismas piezas, las mismas óperas, lo cual nos hace caer en la rutina. Eso no es bueno para la música. Por eso es esencial que cada director descubra algo especial en cada obra y tenga la capacidad de transmitirlo. Kleiber convertía cada obra en algo muy personal y potenciaba la creatividad de las orquestas que dirigía, convirtiendo cada interpretación en algo novedoso y único», Revista de Libros, diciembre de 2015.

«Sus dos manos son autónomas: con una dirige y con la otra hace música. Su sonrisa cuando realizas bien un pasaje es de lo más estimulante. Posee la magia y la humanidad del genio», dijo el mismo violinista en una nota del periodista Juan Ángel Vela del Campo, El País, 1988.

«Era una persona en riesgo, no estaba enfermo, pero tampoco estaba sano, estaba al borde, Carlos, como todos los genios, cruzaba fronteras y siempre estaba en el límite», según el pianista alemán Richard Trimborn, amigo del eminente director de orquesta.

Los enigmas montados alrededor de la ética profesional del director Kleiber pierden sustento ante la evidencia de la vida real, cuando se considera la opinión de su colega y compositor, Michael Gielen, cuando dijo que Kleiber prefirió caminar con su hijo en el campo en lugar de aprender una nueva partitura, citado por la musicóloga y directora de orquesta Carolyn Watson.

Sergio Chalub

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